lunes, 12 de octubre de 2015

MARIE CURIE, UNA HISTORIA DE CORAJE Y AMOR POR LA CIENCIA.

"Un científico en su laboratorio no es sólo un técnico:
 es también un niño colocado ante fenómenos naturales que le impresionan como un cuento de hadas."


Buenos días, mi queridos blogueros:

Hoy he querido dedicar un rinconcito de mi espacio en el blog a una de las mujeres más importantes en el mundo de la ciencia. Seguramente os preguntaréis por qué he elegido a Marie Curie y no a otro personaje. 


Pues bien, una de las razones principales, como ya os comenté en mi publicación anterior, se debe a la gran curiosidad y fascinación que despierta en mí una mujer que tuvo que enfrentarse a muchos obstáculos en una época difícil y poco favorable para la mujer. Descubrí a esta personalidad  por casualidad,cuando me disponía a buscar por la web alguna cita de un científico famoso, algo que pudiera inspirarme y que fuese original para el blog. Y entonces la encontré. Leí su vida, su lucha incansable por aprender a la hora de dedicarse a la profesión que ella más amaba: la ciencia.  María Sklodowska (que éste era su verdadero nombre), había nacido en Varsovia, y desde muy niña conoció la tragedia de primera mano: su madre, que era maestra, murió cuando ella tenía tan solo 11 años, y su padre, profesor de Física, le había transmitido la pasión por esta disciplina, una pasión que, años más tarde la llevaría a abandonar su propio país para centrarse  en la investigación. Alumna brillante, un día decidió ganarse la vida como cuidadora y reservar algunos de sus ahorros. La joven Curie tenía una sola idea en su mente. Sabía, que, con el tiempo y el dinero que consiguiese ganar de su trabajo, iría de inmediato a Francia. Su sueño no podía esperar más. Fue así como María Sklowska, con 24 años y una maleta llena de ilusiones, llegó a la capital francesa. Aunque tuvo que enfrentarse a muchos contratiempos, principalmente por ser mujer e intelectual, y por su pobreza, María sobrevivía gracias a aquellos pequeños ahorros, los cuales, junto con el dinero que de vez en cuando le enviaba su padre para poder estudiar Física en la universidad parisina de La Sorbona, y la ayuda de su hermana mayor Bronia, que por entonces vivía también allí, pudo ir salvando todos aquellos obstáculos que parecían querer acabar con su recién conquistado sueño. Y, efectivamente, hacia 1893 consiguió finalizar sus estudios de Física siendo la número uno en su promoción. Y por otro de esos caprichos del destino, su vida volvería a sorprenderle una vez más, al ponerle en su camino al gran amor de su vida, Pierre Curie, hombre por el que sentía una profunda admiración, también físico, como ella, y con el que compartió su gran amor por la ciencia, y, por cierto, también por el ciclismo, ya que recorrieron Francia juntos en una bicicleta en su luna de miel. 



Fruto de su unión nacieron sus dos hijas, Iréne y Eve. Marie intentaba compaginar en todo momento su trabajo en el laboratorio con el cuidado de sus pequeñas (era muy común que, en aquellos tiempos difíciles, pocas mujeres pudiesen estudiar y trabajar fuera de casa). Mientras tanto, la incansable Marie se pasaba las horas tratando de investigar los nuevos tipos de radiación descubiertos por Roentgen y Becquerel. Y así, Marie medía las radiaciones de uranio en la plechbenda, un mineral que contenía dicho elemento. ¿Y qué fue lo que ocurrió? Pues que, para su sorpresa, observó que las radiaciones del mineral eran más intensas que las del propio uranio. No obstante, una duda asaltaba constantemente a Marie: ¿habría elementos aún más radioactivos (palabra, por cierto, inventada por ella) que todavía eran desconocidos? 

Pierre, que en todo momento supervisaba los experimentos de su mujer y la ayudaba siempre que podía, abandonó sus propias investigaciones sobre el magnetismo para ayudarla. Y el esperado día llegó al fin. En 1898, ambos anunciaron el descubrimiento de dos nuevos elementos: el polonio (así nombrado en recuerdo de su querido país, al que siempre llevaba en su memoria) y el radio. Sin embargo, muchos fueron los avatares que el matrimonio tuvo que atravesar para que, cuatro años después, sí, sí, cuatro años, después de trabajar en condiciones míseras, y a base de tratar una tonelada de plechbenda, lograron aislar una fracción de un gramo de radio. 

Todos sus esfuerzos se verían compensados, finalmente, hacia 1903, cuando compartieron con Becquerel el Premio Nobel de Física. Por fin el matrimonio Curie había conseguido el reconocimiento que deseaba. Quizá algún lector un poco avispado se esté preguntando dónde fue a parar el dinero que los Curie obtuvieron con el Nobel: ni más ni menos, que en un baño para la casa. Aunque parezca gracioso, imaginad por un momento las duras condiciones de vida en una capital, con dos hijos, un sueldo muy bajo, y muchos agujeros que tapar. Así que...nada más práctico, ¿no os parece?

Pero las alegrías, aunque cortas, son intensas. La proyección de los Curie llegó a ser internacional, y su fama y reconocimientos por su labor investigadora no pararon. Por ello, en 1904,Pierre Curie fue nombrado catedrático de Física en la Universidad de París, y miembro de la Academia Francesa en 1905. Pese a todo, su vida se apagaría una mañana de 1906. Herida y algo desanimada, Marie tuvo que continuar con su trabajo, heredando la cátedra de su marido en la Sorbona, al mismo tiempo que seguía con sus investigaciones sobre el radio y sus compuestos, lo que la llevaron, una vez más, a ganar el Premio Nobel de Química en 1911. Con el tiempo sería nombrada directora del Instituto del Radio de París y en 1921, con motivo de su primer viaje a Estados Unidos, Marie pudo contemplar el producto de todos sus años de esfuerzo en los rostros de quienes la recibían como una auténtica heroína de la ciencia. Su sueño se había hecho realidad, y en su corazón, un sentimiento de  melancolía hizo resbalar una lágrima de emoción por su mejilla. Lo había logrado. 


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