domingo, 17 de enero de 2016

UN PEQUEÑO RAYO DE SABIDURÍA EN EL ATARDECER DE LA VIDA.

En la juventud aprendemos, en la vejez entendemos.
 Marie von Ebner Eschenbach


Bienvenidos a mi espacio, blogueros:



 Lola, una anciana vecina mía, por la que siento un gran afecto, solía decir que no hay mejor maestra que la propia vida. Quizá soy aún algo joven para valorar el significado exacto de estas palabras, o quizá la vida me haya enseñado, por uno u otros cauces, a formar mi propio conocimiento de las cosas, a través de la experiencia, no lo sé... En cualquier caso, ésta es una de las reflexiones con las que podemos llegar a comprender que el aprendizaje no tiene barreras, ni edad, ni fronteras que no puedan ser superadas. Lola, como os decía, es un buen ejemplo de ello. Ella, que a menudo tiene la  costumbre de saber ver más allá de sus narices, contemplando las cosas desde su mirada un tanto particular, me explicaba los procesos cotidianos de la vida con más teatro que un mito griego. Así, cuando llovía, y yo era muy pequeña, en lugar de hacerme descubrir aquello de la condensación del vapor de agua contenido en las nubes, me contaba que los espíritus sentían tanta nostalgia por sus seres queridos allá arriba, que sus lágrimas caían para hacer recordar a los vivos que les seguían recordando en el más allá, y otras mil teorías ingeniosas en las que no faltaban la fantasía, las metáforas y, por qué no, algo de humor.

Pues bien, hoy, observando a Lola, que no ha perdido ni una pizca de imaginación, pues, tras explicarle la estructura del átomo, dibujándole en un papel la famosa sandía, pude reparar en que miraba el vídeo con asombrosa intriga, haciendo alguna que otra mueca de sorpresa al ver cómo todos y cada uno de los pequeños elementos que componían la materia (quarks, electrones, átomos...) iban formando una larga cadena que cobraba sentido a medida que esos elementos se continuaban con otros de mayor alcance y tamaño (desde las galaxias y la vía láctea, hasta el horizonte cósmico espacial). Lola me decía que el universo entero podría compararse con un gigantesco huerto. Yo no acababa de entender esa comparativa, pero ella no tardó en despejarme dudas: 

"Sí, hija -me contaba- al igual que tú me has puesto el ejemplo de la sandía como un átomo con sus pepitas (electrones) alrededor, yo tengo mi propia idea de lo que tú llamas, en castellano fino,  materia, y yo, en román paladino, la cosa. Pues bien, la cosa es así de simple: el universo es un enooorme huerto poblado por muchos tipos de sandías, frutas y verduras muy diferentes entre sí, con sus pepitas dentro. Imagina mi propio huerto, así de pequeñito como es, y los huertos de las vecinas, y los de todo el pueblo, y después los de toda Extremadura, y los del país entero, y tooodos los huertos del mundo juntos. ¿No forman igualmente una cadena grandísima, que a simple vista parece insignificante, pero que luego se hace más y más grande, y que si la miramos desde esa inmensidad y nos acercamos a lo pequeño, parece que hemos recorrido un buen trecho? ¿No es eso, a fin de cuentas, lo que llamas la materia ?"

Y momentos después, para que terminase de comprender aquella explicación un poco fantástica, me llevó a la cómoda de su habitación para mostrarme unas muñecas pintadas de rojo y otros colores llamativos en madera.

"Ésto es la materia, hija" - me indicó, señalando con el dedo a las extrañas muñecas que yo había visto hace mucho tiempo ya, que parecían tener más años que la propia Lola, y, que albergaban a su vez otras muñequitas más pequeñas.



Y entonces supe realmente que Lola había sabido explicarme mejor que nadie la esencia de esta lección. Nada más emocionante que haber conseguido hacer entender a una mujer de 74 años la estructura del átomo y el sentido de la materia.





3 comentarios:

  1. Alucino. Enhorabuena y no dejes de felicitar a Lola. Un lujo de vecina.

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  2. Alicia, pregúntale, ¿cómo se abre la muñeca más pequeña?.

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  3. No me diga que tiene las muñecas rusas!
    Pregúntale si se puede abrir la más pequeña.

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